Todos tenemos un estado de ánimo base.
Triste, depresivo, enfadoso, alegre, despreocupado, preocupado, temeroso, etc.
Lo primero es reconocer cuál predomina en ti.
Nos podemos dar cuenta a través de nuestro rostro, de nuestra expresión facial cuando estamos solos. Pregúntate qué cara tienes cuando nadie te está mirando, cuando estás pensando acerca de las cosas, cuando recuerdas o cuando pensamos en cómo es la vida.
A veces es muy sutil, va por bajo, como una corriente invisible, indetectable, y hace falta mucha atención para darse cuenta. Pero no por sutil es menos poderoso, nos acaba tiñendo de fondo el mundo en el que habitamos, la realidad que vivimos. Es causa por la cual te puede costar ir hacia adentro, estar en silencio o cerrar los ojos y sentirte. No queremos verlo. Nos ponemos música, agarramos el móvil, salimos de compras o conversamos para evitar el silencio incómodo.
No te preocupes, podemos cambiarlo:

La respiración, al igual que nuestra expresión facial refleja nuestro estado base. Si la cambias también cambias tu estado emocional.
Ahora mismo observa cómo estás respirando y cómo está tu semblante. Respira lento y más profundo y comienza a relajar la musculatura de la frente, las cejas, los pómulos y los labios. Comenzarás a notar un gran alivio. Ábrete a sentirlo. A medida que profundices sentirás como si se abriesen las puertas de una jaula en la que llevabas mucho tiempo encerrada. Si surge llanto o una sonrisa, deja que ocurra y continua con ese cambio a un estado positivo. Te estás jugando tu salud, tu sistema inmunológico, tus relaciones, tu calidad de vida, todo!
Los problemas seguirán ahí:
Sí, estarán ahí, pero según tu actitud se pueden resolver o pueden empeorar y extenderse. Lo hemos escuchado muchas veces, si algo tiene solución, soluciónalo o ves poco a poco solucionándolo, y si no tienen solución, ¿qué ganas preocupándote?
Para qué:
Los riesgos de no combatir un estado de ánimo aflictivo es que estés a punto de estallar en cualquier momento; cuando se mete alguien bruscamente en la rotonda, o cuando te llega ese mensaje de tu ex reclamándote los calcetines del niño, o cuando se pone a llover y se te moja la ropa recién lavada.
En el fondo, la irritación que te pueda causar el o la ex no es menos fortuita que la que te puede causar la lluvia. ¿Te enfadas acaso con la lluvia por mojarte la ropa tendida? También esa persona que se mete en la rotonda no quiere hacerte nigún daño, simplemente puede que tenga prisa por llegar al trabajo, que haya tenido un mal día, que esté distraída y que no se dé cuenta, y aún aunque sea apropósito, no sabemos esa persona cómo está sufriendo o cómo interpreta las cosas, qué conflictos internos arrastra y con los que tiene que lidiar día a día. ¿Para qué te vas a enfadar? Aunque el enfado sea de manera sutil hay que evitarlo, porque se van sumando los pequeños enfados a lo largo del día, de las semanas y del mes y un día una gotita, una pequeña chispa nos hace explotar. Por lo general lo paga quien más cerca está o con quien más confianza tenemos.
Si queremos evitar un incendio hay que limpiar el monte y evitar las chispas.
Limpiar el monte sería vivir en un estado de ánimo feliz, tomarnos las cosas con más ecuanimidad. Evitar las chispas sería intentar no reaccionar y atajar el impulso acostumbrado. Tenemos que pensar que la otra persona también está a punto de estallar.
Habría menos violencia y odio en el mundo si cada uno intenta practicar un estado base sereno, conforme, pacifico y feliz.
